Eximia dibujante y grabadora,
Aída Carballo (1916-1985) se ha ganado un lugar en la historia del arte
en nuestro país por su talento y audacia. Su historia se entrecruzó con
la técnica para sublimar su interioridad, dando a luz obras que expresan
un posicionamiento puntual en el mundo.
Entrar en el mundo de Aída
Carballo es como sumergirse en un abismo, sabiendo que uno resurgirá
enriquecido por la experiencia. Sin miedos ni preconceptos, es
indispensable adentrarse en él para poder conocerla a través de su obra.
Porque la misma habla mucho de Aída, de su vida, de sus experiencias,
de sus pérdidas.
Autorretrato con autobiografía, 1973 Aguafuerte y grabado a la goma 8/15 - 50 x 65 |
Destacada
grabadora, sus obras se plasmaron mediante un abanico de recursos,
partiendo del dibujo hacia las acuarelas, óleos, aguafuertes y
litografías. Tanto en blanco y negro como en color logró expresarse con
la misma delicadeza y sutileza de trazos en las figuras, en los fondos,
en los detalles. Alumna de Pío Collivadino, influenciada por el
Surrealismo y la Metafísica de De Chirico a través de Spilimbergo, fue
creando su propio estilo característico. Sus discípulos la recuerdan
como una generosa maestra, siempre dispuesta a enseñar hasta los mayores
secretos de la técnica.
Mujeres comiendo tallarines, 1959 Aguafuerte y aguatinta, prueba de artista 58 x 40 |
El grabado en sí es una técnica
especial. No todos poseen la destreza necesaria y el talento para
dibujar sobre la piedra o la madera. Carballo logró dominar este medio
expresivo, en sus variantes, de una manera muy propia y femenina. Hizo
de él el vehículo de exteriorización de su interioridad. Las temáticas
que tocó salieron de lo común. Se atrevió a reflejar temas tabúes como
la locura y la sexualidad con una naturalidad absoluta, siendo
censurada por esto mismo.
Mucho de sublimación hay en su
obra. Sus series, sobre todo, muestran la búsqueda psíquica de caminos
para hacer visibles sus experiencias, sus deseos, sus dolores. La
locura, el amor, lo inconsciente y el mundo onírico, el exterior y la
vida cotidiana arriba del colectivo, la infancia, son los grandes temas
mediante de los cuales logró exorcizar su interior.
De la Serie "Los Locos" |
La serie “Los Locos” (una
carpeta de cinco litografías, de 1963) marca el comienzo de este
tránsito por su interior para “hacerlo salir”, transformado en obra. El
tema es la locura: Carballo, luego de la muerte de su padre, fue
internada en el Hospital Moyano. Allí, como no podía hablar, dibujó.
Bocetó lo que observaba, lo que la rodeaba: la vida en el psiquiátrico,
los internos, lo cotidiano del devenir dentro de dicho ámbito
particular. El arte fue la vía de reconexión con el mundo exterior,
fuera de su propia mente, y le permitió recuperar la seguridad y superar
el trauma vivido. Son obras donde se individualiza a las figura, se les
otorga rasgos propios (algo continuo en su estilo), se busca el reflejo
de la psiquis y la personalidad. El entorno es importante y detallado.
La insania es reflejada de manera natural, sin tapujos ni preconceptos,
sin temor ni pruritos.
Su segunda serie, “Los Amantes”
(carpeta con seis litografías, de 1965), que fue presentada acompañada
por un poema de Macedonio Fernández, fue censurada. La moral porteña de
la época se vio shockeada frente a lo que constituyen una serie de
imágenes sobre el amor, la pasión, la dulzura. El sexo en sí no es lo
importante, sino la relación establecida entre las parejas, el
entrelazamiento de los cuerpos en un diálogo íntimo y privado. El
entorno contextualiza las escenas en distintos ámbitos, trabajados con
la misma delicadeza que las figuras, incluso con mayor detalle y
observación. El amor, tema universal y que a todos nos toca, es
representando en distintas facetas, en distintos lugares, con diferente
intensidades, siempre siguiendo una línea dúctil en el dibujo,
detallista, y una visión muy femenina del sentimiento.
De la Serie "Los Amantes" |
En “Los Levitantes” (1967)
conjugó múltiples técnicas como el grabado, la acuarela, el dibujo y el
óleo, para producir imágenes cercanas al mundo inconsciente, de los
sueños. El carácter onírico del entorno se aúna a las figuras que se
elevan, flotan carentes de gravedad, en un ámbito surreal. Se ha dicho
que justamente la influencia puntual de esta serie es el Surrealismo,
pero la serie no sigue las pautas que dicho movimiento precognizó, salvo
en la temática. Quizás tenga que ver más con una liberación propia de
Carballo, un ahondar en ciertos aspectos psíquicos y anímicos para
adentrarse en su interior y encontrar cierta paz en la relajación de la
represión. Permitirse ser sin censura, sin estructuras, como los
personajes que levitan.
Arriba prontito, todos al reino de los cielos, 1965 Grafito y acuarela s/papel 50 x 62 |
Aída posa su mirada en el
exterior para observar a la gente atentamente, a la muchedumbre que
viaja en los “Colectivos” (1968). El amontonamiento no es indicio de
despersonalización. Por el contrario, cada uno de los viajantes está
individualizado, con sus rasgos diferenciados, partiendo para la
representación de la concepción de que los seres son un espectáculo
plástico y psicológico, como alguna vez dijo la artista. Nuevamente se
detiene, como a lo largo de su producción, a “mirar al otro”, a buscar
en él aquello que lo hace único. Y aquí lo integra en la sociedad, en lo
cotidiano.
La serie “Muñecas” (1975) es
susceptible de ser interpretada como la expresión de la pérdida de la
inocencia en la infancia. Carballo perdió a su madre de pequeña: quizás
estas acuarelas y xilografías fueron la manera de sublimar dicho dolor,
marcando el sufrimiento padecido por la situación a través de estos
juguetes tan femeninos pero tan perturbadores a la vez. De nuevo se nos
presenta una forma de sublimación, de catarsis artística. Las muñecas
malas, siniestras, desmembradas, no son simples juguetes para las niñas.
Son representadas con un estilo, si bien muy femenino y delicado,
perturbador, que remite a algo más allá de lo meramente icónico.
El personaje de la colina, 1952 Grafito y lápices de cera s/cartón 62 x 47 |
Algo relevante y que caracteriza
la producción de Carballo es la introducción de la palabra dentro de
las obras. Las frases se funden con las imágenes, teniendo el mismo peso
iconográfico y sumando significado a lo representado. Un ejemplo
específico es la el “Autorretrato con autobiografía” (aguafuerte y
grabado sobre goma, 1973), donde la el rostro de perfil de la artista
resalta sobre el fondo de su propia historia escrita de su puño y letra.
Este recurso tendría una función de “doble narración”: la icónica y la
escrita, la figura y la palabra. A su vez, el retrato y el autorretrato
fueron temas muy empleados, siempre buscando la individualización,
remarcando las miradas (pensando en la idea de que los ojos son el
“espejo del alma”), siendo intimistas y de una gran profundidad.
Otras temáticas representadas
fueron los gatos, las calles de Buenos Aires, los interiores de los
hogares, las terrazas, siempre siguiendo el mismo tratamiento en cuanto a
la factura y delicadeza y detallismo en el dibujo. Siempre
introduciéndonos en parte de su historia o interesándose en la historia
de los demás, haciendo “salir afuera” aquello interior o mostrando lo
exterior desde una visión interiorizada.
Se dedicó también a la cerámica e
incursionó en la abstracción en varias obras no figurativas,
experimentales. Ilustró poemas y cuentos, y trabajó para el diario La
Nación entre 1974 y 1984.
El legado que perdura luego de
su partida nos deja como espectadores de una serie de obras que oscilan
entre lo visible y lo invisible a los ojos: la interioridad propia de la
artista, su alma abierta en las obras, y su búsqueda en el exterior de
los detalles que hacen a cada sujeto un ser único e irrepetible, con un
mundo interno propio y susceptible a ser descubierto con sólo mirar
atentamente.
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